Cada 9 de abril conmemoramos el Día Mundial del Internet de las Cosas, pero este año, especialmente, existen motivos para celebrar la fecha. El crecimiento exponencial de objetos conectados no para de sorprendernos, dejando las predicciones más atrevidas rápidamente desfasadas en cuestión de meses. Por otro lado, muchas industrias están transformándose al mismo ritmo, en paralelo. Por ejemplo, según Cisco y DHL, el mayor proveedor de servicios logísticos, las soluciones de localización IoT para los sectores de la logística y la cadena de suministro podrían alcanzar un valor de más de 1,6 billones de euros.
Empresas, desarrolladores y la comunidad emprendedora no paran de plantear nuevos nichos de negocio y oportunidades gracias al IoT, pero, por desgracia, tradicionalmente muchos casos de uso no han podido materializarse. Lee De Forest, uno de los padres de la televisión, conocía la razón: sobre su invento dijo que, aunque era “técnicamente viable, comercial y financieramente, no tiene sentido”. Precisamente en ese punto se encuentran muchos proyectos IoT: el elevado precio, tanto económico como energético, que supone conectar múltiples objetos ha frenado la escalabilidad e industrialización de soluciones y servicios.
Muchos operadores tradicionales se han centrado en abordar la cuestión desde el aprovechamiento de las redes de telefonía existentes. Este enfoque parte con la ventaja de contar con una red ya desplegada y consolidada, pero las necesidades de los casos de uso IoT son muy distintos. Por ejemplo, como usuarios cada día compartimos una enorme cantidad de datos a través de nuestros móviles (vídeos, mensajes, etc.) que obligan a nuestros dispositivos a estar despiertos en todo momento, en un flujo constante de información muy pesada. Pero para la mayoría de casos de IoT, como monitorizar activos o una flota de transporte, basta con intercambiar un paquete muy reducido de datos.
Por tanto, apostar por redes de baja potencia es un cambio de paradigma que cobra cada vez mayor peso. Con este enfoque, podemos llegar a zonas remotas, ganar independencia de baterías y fuentes de alimentación y, en consecuencia, escalar soluciones y servicios. Y precisamente la escalabilidad, el mayor desafío del sector actualmente, es la característica que permitirá que la gran promesa del IoT se haga realidad. Venimos escuchando hablar de sus beneficios durante largo tiempo: nos encontramos en un punto de inflexión y no podemos permitirnos vivir de nuevo el problema al que De Forest apuntaba hace más de un siglo cuando hacía referencia a la televisión. Es el momento de actuar y descubrir todo el potencial del Internet de las cosas.