No somos una economía competitiva. Lo sabíamos, pero durante los años de las vacas gordas y del crédito fácil nunca nos quitaron el sueño las ineficiencias y desequilibrios de nuestro tejido productivo. Sin embargo, las costuras del país han saltado con la recesión y ahora todo se nota. Después de sanear el sistema financiero y restablecer el flujo de dinero, problema que sigue pendiente, recuperar la competitividad de la economía española debería ser la gran prioridad de cualquier gobierno (aquí y en Europa). El bienestar futuro de la población depende de la calidad de nuestra maquinaria productiva.
El Foro Económico Mundial (FEM) publicó la semana pasada un informe que nos radiografía en términos de competitividad y pone negro sobre blanco nuestros males. El documento, que analiza la situación de 144 países, sitúa a España en el puesto 36º de la lista, muy lejos de los países punteros. Como sugieren otros informes, España está entre los primeros 10 o 12 países del mundo por PIB e influencia. Sin embargo, cuando hablamos de competitividad, caemos mucho más abajo.
El informe, que analiza multitud de apartados, detecta varios lastres. Nuestro mercado laboral, por ejemplo, no está siquiera entre los 100 más eficientes del planeta. Un apartado tan importante como las instituciones también están relegadas al puesto 48º de la lista. Por la virulencia de la crisis económica, es más comprensible entender que España salga muy mal parada cuando se analiza el entorno macroecómico (puesto 104) o el acceso al crédito (122). Tampoco despunta España en innovación (35) y desarrollo empresarial (32), y la tecnología no ayuda lo suficiente (puesto 26).
La otra cara de la moneda la encontramos en las infraestructuras (puesto 10), la enseñanza primaria (6) o la esperanza de vida (7). No es poco, pero queda mucho para codearnos con los países más competitivos (y prósperos) de la tierra, que en este caso son Suiza (el informe alaba su mercado laboral, la inversión en innovación y la colaboración entre el sector académico y el empresarial), Singapur y Finlandia.
Esperemos que los gobernantes lean este informe y otros del estilo y lleguen a acuerdos para diseñar un plan de de desarrollo del país a largo plazo. Trabajar a largo plazo y de forma consensuada no es la manera de actuar de la clase dirigente española, más preocupada de mantener sus prebendas y sus posiciones. Sin embargo, creo que es una exigencia que debe hacer la ciudadanía a sus representantes. Una vez resueltos los problemas económicos más urgentes (sobre todo el flujo de crédito), tenemos que fijar las prioridades del país que se encontrarán nuestros hijos y trabajar para conseguir un tejido productivo valioso y sostenible en el futuro. Países como Finlandia, Suecia, Singapur o incluso Corea lo han logrado. Nosotros también podemos.