El otro día hablaba con un director de canal que me confesaba que su aspiración ahora es trabajar con jóvenes. Mi interlocutor, que acaba de entrar en la cuarentena lleno de dudas y preguntas sin respuesta aparente, cree que una de las mejores maneras de garantizar el futuro de las empresas es ponerse en el pellejo de los nativos digitales, de aquellos que han nacido usando el ordenador y navegando por Internet. Ellos serán los que dirijan este cotarro en menos de lo que pensamos.
Pocos días antes, Fortinet, fabricante de dispositivos de seguridad empresarial, detectaba en una macroencuesta mundial el apego creciente de los empleados a llevarse a la oficina su propio dispositivo personal para trabajar y conectarse a las aplicaciones corporativas. Nada nuevo que no se haya dicho en los últimos meses aportaba el estudio sobre lo que los anglosajones (con su audacia habitual) han bautizado como BYOD (bring-your-own-device). Sin embargo, me llamó la atención el hecho de que todos los consultados (casi 4.000 en todo el planeta) fuesen jóvenes entre 20 y 29 años. Fortinet no había buscado el feedback de talluditos CEO o experimentados jefes de informática, con mucho más poder hoy que sus atrevidos subalternos. En Fortinet están convencidos de que si descubren por dónde respiran esos nativos que empiezan a incorporarse a las empresas (y que hoy no son nadie) tendrán una foto clara del futuro, aunque (¡ay!) borrosa del presente.
Hasta ahí todo bien. Sin embargo, esa capacidad de las empresas para regenerarse a través de las nuevas hornadas de nativos desinhibidos está en entredicho. Con una crisis económica que no parece tener fin y que nos ha dejado un paro juvenil del 50%, la entrada de nuevas ideas en las compañías no es cosa clara. Todo indica que los pocos jóvenes que se incorporen al mercado laboral en los próximos años se encontrarán con un clima perverso dominado por la desconfianza de unos veteranos que temen perder su puesto y privilegios. Siempre ha sido así, pero ahora la situación puede llegar a extremos cómicos. Si esto no se soluciona, España tiene un problema social de gran magnitud, y las empresas un problema empresarial también de órdago, pues sus procesos serán del siglo XX, pero sus competidores del XXI.