En menos de 140 caracteres se han escrito cuentos espléndidos y canónicos, aforismos definitivos sobre el arte de amar, vivir o morir, y versos o estribillos que se nos han quedado grabados para siempre y que forman parte de nuestra memoria sentimental. Pero también en menos de 140 caracteres se han escrito y se están escribiendo en el momento que escribo esto miles, millones de comentarios y exabruptos que suenan a condena, a linchamiento y a humillación. Ya no estamos en las reflexivas palabras de un libro o de una canción, sino en el terreno volcánico de Twitter.
Hace unos años ya, cuando emergieron con fuerza redes sociales como Facebook o Twitter, muchos ciberentusiastas y optimistas digitales las saludaron como una nueva vía para conseguir una comunicación fácil, igualitaria y libre. Ha pasado el tiempo y se puede decir que las redes sociales han servido en algunos casos para eso, pero también han tenido el efecto contrario. En muchos momentos han emponzoñado el debate tranquilo, racional y respetuoso y han servido para reprimir ideas y linchar al que opina diferente, humillándolo y destruyendo su reputación. Se puede decir que las redes sociales liberaron y establecieron una censura al mismo tiempo. Twitter es, por un lado, una herramienta de información y para estar al día, pero al mismo tiempo, es un generador de información basura y descontextualizada. Es el amargo despertar de ese sueño de paraíso tecnológico que, como todos los paraísos, no va a llegar nunca.
En su libro Arden las redes, el periodista Juan Soto Ivars analiza los mecanismos de esta nueva forma de censura de las redes sociales y hace un repaso de los principales casos reales de linchamiento en la web que se han dado en España en los últimos años y que han llevado a un clima asfixiante y a situaciones intolerables que creíamos de otra época. De hecho, para Soto Ivars estas formas blandas de censura o poscensura son hasta cierto punto una reedición actualizada de aquellas versiones más contundentes de control ejercidas por las dictaduras del siglo XX o, más tarde, por los poderes económicos de las corporaciones.
En Arden las redes los protagonistas son algunas de las víctimas de atropello y linchamiento virtual que más han trascendido, y también sus verdugos: feministas, religiosos, nacionalistas de cualquier tipo… El libro es un martirologio, un repaso por los casos de aquellos que han sufrido un juicio paralelo y han visto cómo de un día para otro su prestigio y su reputación se esfumaban por un comentario desafortunado o malinterpretado, y eran víctimas de las hordas de haters, trolls y extremistas que, amparándose en el anonimato de Internet, no tuvieron contemplaciones con el que se saltó la corrección política, el que ejerció de disiente improvisado o el que vio las cosas de otra manera a través del humor.
María Frisa, condenada por reírse de la adolescencia en un libro que lleva por título 75 consejos para sobrevivir al colegio; Nacho Vigalondo, que pagó caro un comentario de viernes de fiesta en que se refería al Holocausto como un montaje, a pesar de que luego se disculpara por activa y por pasiva; Jorge Cremades, el humorista que parodiaba la vida en pareja y que un día pagó por una declaración sacada de contexto en una entrevista… Ellos, y otros como Justine Sacco, Guillermo Zapata o Vicent Belenguer, son algunos de los triturados en los últimos tiempos por la corrección en Twitter que aparecen en este libro.
Soto Ivars analiza los resortes psicológicos que llevan a un ciudadano apacible y educado a montar en cólera y volverse un energúmeno en las redes sociales. También da un tirón a la profesión periodística, que en los momentos más álgidos de linchamiento no ha dudado en subirse al carro, sin contrastar sus informaciones o hablar al menos con las víctimas para ver si estaban ante un caso de calumnia. El periodista Ivars saca tarjeta a sus compañeros de oficio por anteponer la busca de notoriedad, tráfico en Internet e ingresos al rigor informativo.
En última instancia, el libro, que está bien escrito y documentado, aunque sea un poco largo y reiterativo, debe servir como una llamada de atención a los que meditan poco lo que escriben en el muro de Facebook o en el timeline de Twitter. Porque, como advierte el autor, cualquiera de nosotros podemos ser los próximos en ir a la pira. Así están las cosas.