En las últimas semanas, muchos han sido los que han vuelto a YouTube a por los vídeos del directivo más histriónico del sector. En la memoria queda su atronador “developers, developers, developers”. Y es que el otrora energético y arengador Ballmer sorprendió al mundo tecnológico y de los negocios el pasado viernes 23 anunciando que dejará la jefatura de Microsoft en el plazo de un año, tan pronto la compañía le encuentre relevo. El anuncio, probablemente meditado desde hace mucho tiempo, llega justo en el momento en que la compañía va a afrontar una sus reconversiones internas más importantes de los últimos años.
El gigantón Ballmer llegó a Microsoft en 1980 y cogió las riendas de la misma en 2000, cuando el icónico Bill Gates abandonó para dedicarse a causas filantrópicas. En este tiempo, Ballmer ha sido capaz de multiplicar por tres el volumen de negocio de la compañía (hoy factura casi 80.000 millones de dólares) y de mantener su dominio en el mundo de la microinformática (con Windows y Office), al tiempo que entraba en un negocio multimillonario como el de los videojuegos con la Xbox. Con Ballmer, Microsoft también logró consolidar su unidad de aplicaciones de negocio (basada en Europa en los productos de Navision y Axapta), aunque fracasó en su acercamiento a SAP, otro gigante cuyo encaje le habría obligado a cambiar muchas cosas dentro de la organización.
Asimismo, Ballmer vio hace un lustro que el negocio estaría en la nube o no estaría, y desde aquel momento empezó a mover la pesada maquinaria de un gigante que desde su fundación había basado su negocio en la venta de licencias vinculadas a una máquina (ordenador o servidor) física. Hoy se puede decir que el ascenso de Microsoft al cloud va por buen camino y que partners y colaboradores han entendido finalmente que por ahí van las cosas. La buena acogida de Office 365 es todo un síntoma. Con Ballmer, Microsoft también adquirió Skype, una pieza importante en un mundo donde las comunicaciones se unifican, pero que todavía hay que integrar en la plataforma de la compañía.
Sin embargo, en el debe de Ballmer queda el hecho de que Microsoft no haya sabido proporcionar hasta la fecha a los usuarios una plataforma completa y fácil de usar en cualquier tipo de dispositivo, como sí han hecho Google y Apple, que son las que marcan tendencia. En estos días ha vuelto a circular un vídeo de 2007, justo cuando acababa de salir al mercado la primera versión iPhone, en el que Ballmer se mofaba del ingenio de Jobs y decía que, por 500 dólares y sin teclado, no tendría ningún futuro. Hoy, Microsoft está prácticamente ausente del boyante negocio de los smartphones y tendrá que trabajar muy duro, sobre todo en su relación con las operadoras para recuperar el terreno perdido. Con una cuota de negocio que no supera el 5% y con un único aliado incondicional (Nokia), está a años luz de Android y de iOS.
Además, a excepción de xBox, los pinitos de Microsoft como fabricante de hardware no han tenido éxito y han confundido al mercado y al resto de fabricantes. Basta recordar el fiasco de Zune, el reproductor MP3 con el que quería hacer sombra al iPod. Tampoco se puede decir que la tableta Surface esté despertando mucho interés y Microsoft ya está teniendo problemas para dar salida a las unidades que ya han dejado la fábrica. En los últimos tiempos, la empresa de Redmond también sufre en los mercados por estar muy vinculada al PC, un formato que sigue en caída libre, mientras sigue sin conquistar el corazón de las tabletas o los celulares, más del gusto de los consumidores.
Todo eso se ha dejado notar en la Bolsa. Con Ballmer, las acciones de la compañía han caído un 45%, mientras que las de sus máximos competidores (otra vez Google y Apple) han multiplicado su valor. Hay quien dice que la compañía de Windows esta infravalorada y que es un valor con mucho recorrido en los próximos años. Parece que Ballmer lo ha entendido. Solo el anuncio anticipado de su salida han supuesto una revalorización de Microsoft de 20.000 millones de dólares. El mercado lo esperaba y lo agradece. Quizá ahora encuentre tiempo el gigante histriónico para su otra gran pasión, el baloncesto, y haga realidad su sueño de volver a instalar en Seattle un equipo profesional de la NBA.