Aunque no lo queramos admitir, España está intervenida de facto desde hace mucho tiempo. Si en el sector financiero, sobre todo después de la aprobación de la ayuda a los bancos y cajas, la cosa está clara, en el ámbito de la política económica, las directrices que marcan la UE, el Banco Central Europeo o de Ángela Merkel también son incontestables. Rajoy y su Gobierno no administran ya ni los tiempos, sobre todo después de los desfases del déficit público, que han acabado por mermar la escasa credibilidad que dejó en herencia Zapatero.
Sin embargo, esta intervención no se reduce al ámbito de las cuentas públicas. Sin ir más lejos, en el sector informático español las decisiones cada vez más se toman muy lejos de Madrid o Barcelona. Las compras de compañías nacionales por parte de gigantes multinacionales, por un lado, y el estricto control que las casas matrices están aplicando a las cuentas de sus negocios en todo el sur de Europa, por otro, han cambiado el panorama de esta industria en los dos o tres últimos años.
Hoy, una operación, un presupuesto de marketing o incluso una nota de prensa tiene que ser validada por un señor en París, Nueva York, Miami o Tokio. Por nimio que sea el asunto, cualquier decisión de carácter local es tomada, en muchas empresas, por un directivo que vive a muchos miles de kilómetros de distancia y no conoce un mercado tan disperso como el español (y donde, por motivos culturales, el cara a cara es tan importante). A veces, son señores que no estuvieron nunca por aquí, ni siquiera haciendo turismo. A pesar de que hay señales de que la economía española recupera la confianza de los inversores, por el momento en el sector tecnológico nadie se fía de nada, y muy pocos invierten o sueltan la mano con los presupuestos. Todo el mundo está a la espera. Wait and see.
En el mundo TIC, Madrid ha dejado hace tiempo el bastón de mando a París. Allí, muchas multinacionales del hardware, el software o los servicios concentran a los equipos que dirigen y auditan el negocio en toda la franja mediterránea. Eso está haciendo que, cada vez más, muchas filiales queden descabezadas en España y pasen a depender de un country manager que lo dirige todo desde algún barrio de oficinas de la capital del Sena. En un mercado y en un negocio tan basado en la relación personal, muchas veces la interacción corre a cargo de un europeo que no habla español y que conoce bien poco de lo que se mueve a este lado de los Pirineos. Directivos, además, que sacan su idea de España y del mercado local leyendo los aterradores editoriales del Financial Times o The Economist. Mal asunto, sobre todo si buscamos dinamismo a corto plazo para el sector.
En fin, no son buenas noticias para el sector ni para esos profesionales que dependen del OK de su colega en el extranjero. Como el resto del país, el sector TIC está intervenido y rigurosamente vigilado por unas multinacionales que siguen desconfiando. Pero, esto debe cambiar. Con las manos atadas, los proyectos y las ventas no salen. El exceso de cortapisas acaba siendo contraproducente. El ahorro y una gestión más estrecha pueden matar las oportunidades o, peor aún, dejárselas en bandeja a la competencia. Por no hablar de la frustración que genera para un profesional experimentado tener que dar cuenta de cada mínimo detalle, por Webex o por Skype, a unos jefes que están a tantos kilómetros de distancia.