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La guerra de los chips: 70 años de innovación, paranoias y conflictos comerciales



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Juan Cabrera, redactor jefe de CHANNEL PARTNER

Publicado el 6 nov 2023

Juan Cabrera

Redactor Jefe de Channel Partner



Guerra de los chips procesadores (Adobe)

Hoy, una recomendación literaria. ‘La guerra de los chips’, un libro que repasa 70 años de innovación y conflictos comerciales y empresariales en la industria mundial de los microprocesadores. Está escrito por el historiador estadounidense Chris Miller y se puede leer como una novela. A pesar de ser una larga investigación que llevó a su autor a entrevistarse con más de 100 expertos del sector de la microelectrónica y a buscar documentación en archivos y bibliotecas de su país, Rusia o Taiwán, ‘La guerra de los chips’ bien podría dar lugar a una película de intriga o un documental con buena dosis de mala leche geopolítica y empresarial. A lo ‘Oppenheimer’, que ha tenido la virtud de convertir la física subatómica en un blockbuster.  

El libro de Chris Miller es ágil y mantiene el interés, a pesar de dar cuenta de todo el avance de la compleja tecnología hay detrás de la industria de los omnipresentes procesadores, desde que surge a mediados del siglo XX hasta hoy. Y de todo el baile empresarial y de directivos que acompaña la extraordinaria progresión técnica de los chips, proféticamente anunciada por Gordon Moore, cofundador de Intel, en 1965. Unos años más tarde, en 1973, el propio Moore iba a poner la revolución informática por encima incluso de los cambios culturales y sociales de la década de los sesenta: “Los verdaderos revolucionarios del mundo somos nosotros, no esos jovencitos de pelo largo y barba que hace unos años incendiaban los colegios”. ¡¡Intel y sus obleas de silicio por encima de Mayo del 68!!.

El libro de Miller está lleno de nombres propios que han marcado la innovación en computación y que pusieron los cimientos de Silicon Valley. Por sus páginas van y vienen los ingenieros y emprendedores que primero en Fairchild Semiconductor y luego en la propia Intel acabaron llevando sus experimentos inciertos en el laboratorio a cada dispositivo y rincón de nuestra vida. Como Robert Noyce y Jack Kilby, los creadores del circuito integrado. O Andy Grove, el judío de origen húngaro que revolucionó los procesos de fabricación en Intel, Jerry Sanders, fundador de AMD y también proveniente de la seminal Fairchild, y Morris Chang, el avispado ingeniero que se inventó TSMC, el buque insignia de la industria taiwanesa y la compañía que hoy acapara buena parte de la fabricación mundial de chips.

“Leyendo el libro de Chris Miller, uno llega a la conclusión de que Estados Unidos, pese a todas sus paranoias, sigue muy por delante de cualquier otro país en el ámbito de la innovación en computación”

Lo más pequeño requiere las inversiones más descomunales

El trabajo de Miller insiste en mostrar una de las grandes paradojas del mundo de los semiconductores: cómo la producción de lo más pequeño (hablamos de componentes de tamaño atómico) requiere las inversiones más colosales. Porque poner en marcha una fábrica de procesadores de PC, que tiene el tamaño prácticamente de un aeropuerto, puede llegar a costar decenas de miles de millones de euros y muchos años de preparativos. Y las máquinas más avanzadas hoy en el dibujo de los circuitos en las obleas de silicio, que usan una tecnología denominada fotolitografía ultravioleta extrema (UVE), han requerido casi tres décadas de desarrollo, están construidas por más de 400.000 componentes de precisión y cuestan 100 millones de dólares cada una.

Hay muchos frentes geopolíticos abiertos: el de la energía, el del cambio climático, el de las materias primas… y el de los chips, que explica en gran parte la actual guerra comercial (y militar) entre Estados Unidos y China. Leyendo el libro de Chris Miller, uno llega a la conclusión de que Estados Unidos, pese a todas sus paranoias, sigue muy por delante de cualquier otro país en el ámbito de la innovación en computación. Tiene a Intel y AMD, que dominan en el ámbito de los procesadores para para PC y centros de datos. La también estadounidense Nvidia, originalmente un fabricante de GPU o chip gráfico, se ha convertido, casi de carambola, en la compañía de referencia cuando toca hablar de computación para sistemas de inteligencia artificial, que son la próxima ola de innovación. Y Qualcomm, con sede central en San Diego (California), también es líder en chips para entornos inalámbricos. Además, las otras potencias en el diseño y fabricación de chips (Corea del Sur, con Samsung, y Taiwán, con TSMC) son aliados de La Casa Blanca.

Pero la industria de los chips de última generación es un entramado muy complejo, y la innovación y las capacidades de fabricación están muy repartidas por todo el globo. Esta dispersión es la que puede dar lugar a cuellos de botella inesperados como los que vivieron durante la pandemia y retrocesos en la exigente carrera por ser el primero, y por lo tanto el país dominante. Y esto preocupa en Silicon Valley y ya está en la agenda del Gobierno estadounidense. Sin ir más lejos, la compañía que diseña y fabrica las máquinas de litografía más avanzadas y que sirven para dibujar en las obleas de silicio los miles de millones de transistores de un chip de última generación es la holandesa ASML, que prácticamente se ha quedado con un monopolio mundial. Y el país que concentra una buena parte de la fabricación de procesadores a escala planetaria es Taiwán, un polvorín en términos geopolíticos por su proximidad y rivalidad con la China comunista y por su cercanía política y comercial a EEUU.

Las amenazas cambiantes de Estados Unidos

El libro de Miller demuestra que la historia de los procesadores es claramente progresiva en lo técnico, pero cíclica en cuanto a sus obsesiones. Si hoy la amenaza nacional para Estados Unidos en el ámbito de la microelectrónica es China, en los años 60 fueron los soviéticos, que intentaron infructuosamente ser un rival a tener en cuenta, aunque no dispusiera del despliegue industrial para la producción en serie de los circuitos. Y en los 80 fue Japón, un país, esta vez sí, con ingenieros y tejido industrial capaces de diseñar y fabricar barato, y poner así en jaque a las empresas estadounidenses, sobre todo las de memorias (DRAM), gracias en parte a la financiación preferente de sus bancos y a los bajos tipos de interés del estado nipón.

La historia de los procesadores es claramente progresiva en lo técnico, pero cíclica en cuanto a sus obsesiones

El drama para la industria estadounidense de procesadores ha sido que, durante muchas décadas, se ha tenido que enfrentar a rivales favorecidos por el capitalismo de estado y por gobiernos que no han dudado en subvencionar y financiar con condiciones ventajosas a sus empresas, conscientes de la importancia de este sector para el desarrollo de otras industrias y sobre todo para producir armamento militar moderno y de precisión. Pasó en Japón. Y ha pasado con Corea del Sur y Taiwán. Y ahora la historia se repite con China, muy por detrás al día de hoy en tecnología punta para el diseño y la fabricación de chips de última generacion y muy dependiente de las empresas y las tecnologías estadounidenses, pero que ha dejado claro su firme propósito de ganar autonomía en las próximas décadas inyectando cantidades ingentes de dinero en su incipiente industria de chips avanzados.

En la segunda década de este siglo, China, que muestra un desarrollo tecnológico envidiable en muchos campos, se da dado cuenta de que depende enteramente de los chips diseñados y/o fabricados por empresas como Intel, AMD o Nvidia, o por los aliados de Washington (Taiwán y Corea del Sur), y empieza a apostar por programas multimillonarios para alentar el “Made in China” en el ámbito de la microelectrónica y la nanotecnología más avanzada. Víctima de la guerra comercial y sobre todo tecnológica entre las dos principales potencias es Huawei, la multinacional china más potente, sobre todo en el ámbito del 5G, a la que se prohíbe usar chips estadounidenses y programas y aplicaciones tan populares en los teléfonos móviles como los de Google. Estados Unidos intenta a toda costa evitar la reedición de otro “momento Sputnik” que haga dudar de su supremacía tecnológica. Pero en esta guerra de los procesadores también están siendo víctimas las empresas estadounidenses, como la propia Intel, AMD o Micron, que son amenazadas por el Gobierno de Pekín con restricciones en el acceso a su gigantesco mercado nacional a menos que compartan tecnología, innovación o propiedad empresarial. La guerra de los chips, que empezó a mediados del siglo XX, continúa.

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